Vistas de página en total

jueves, 10 de febrero de 2011

La Personalidad Salvadoreña

¿Quién anda por ahí? preguntó el señor de la casa, y la criada que limpiaba, le contestó, “nadie, señor, soy yo”. Según el nobel mexicano Octavio Paz, en su libro El Laberinto de la Soledad, la respuesta de la criada bien puede definir la identidad mexicana. Es decir, la criada, que podría representar el pueblo mexicano, había perdido su personalidad. No era nadie, ni siquiera persona. El mexicano, manifiesta Octavio Paz, cuando celebra, tiene que emborracharse, gritar y llorar, porque se le ha desposeído de toda personalidad propia.
Muchas veces he leído El Laberinto de la Soledad del escritor mexicano para entender mejor nuestra personalidad salvadoreña. ¿Qué nos hace salvadoreños?  ¿Qué valores nos une? ¿Tenemos una cultura única? ¿Somos un solo pueblo? Estas preguntas nos pueden ayudar a visualizar mejor nuestros problemas, y así, encontrar remedios que puedan combatir los males que nos roban nuestro futuro.
Roque Dalton, quizá, es el poeta que mejor ha definido la personalidad salvadoreña. Dalton pinta a un salvadoreño que lo puede todo, lo sabe todo, y al final, no hace nada. Éste salvadoreño, desgraciadamente, es el personaje que se ajusta más a la realidad que vivimos. Usted se lo puede encontrar en cualquier esquina. Es una persona que no tiene disciplina, y ni hace un esfuerzo para mejorar su condición personal. Se acostumbra a vivir con lo que tiene. Y aunque quiera vivir en un mundo ordenado, ni siquiera levanta una mano para apartar una bolsa de basura que alguien se ha dejado en la calle. Es el salvadoreño que ni siquiera entierra el gato que apesta enfrente de su casa. Este es el salvadoreño que permite que charlatanes nos gobiernen.
Fue en Los Ángeles, California, cuando en verdad sentí orgullo de ser salvadoreño. En la escuela, la maestra de inglés nos halagaba a los estudiantes de origen salvadoreño. Nos decía que éramos inteligentes, que éramos trabajadores, y qué éramos mejores estudiantes que el resto de estudiantes. Sentí que alguien creía en nosotros. Que alguien tenía fe en nuestra gente. Yo era un niño, con ganas de comerme el mundo. Reflexionando sobre las palabras de mi maestra, de origen mexicano, pienso que lo que ella nos decía a los salvadoreños que habíamos llegado como inmigrantes huyendo de la guerra civil, era para alentarnos a seguir adelante, y para poner presión a los demás estudiantes que lo habían tenido fácil. Muchos estudiantes, que habían nacido en Estados Unidos, no ponían atención en clase. Y esto desesperaba a la maestra. Y ella ponía como ejemplo a los salvadoreños. Gente sufrida, ella decía, que tiene gana de progresar. Sin saberlo, la profesora Montaño tuvo una gran influencia en mi personalidad. El hecho que ella creyese en nuestra gente, yo me sentía obligado a no defraudarla. Y tenía que demostrar, con hechos, que ella no se equivocaba en creer en nuestra gente.
Los poetas como Octavio Paz y Roque Dalton han tratado de descifrar la personalidad de sus respectivos pueblos. Dalton pinta a un salvadoreño que se acostumbra a vivir con lo que tiene. Un salvadoreño con una refinada picardía, pero con grandes sentimientos patrióticos. Llora cuando escucha el himno nacional, se pinta la cara de azul y blanco cuando juega la selección de fútbol, bebe cerveza salvadoreña, y viaja en Taca porque tiene orgullo de ser salvadoreño. Habla con un acento marcadamente salvadoreño. Insulta cada vez que habla. Dónde vaya, sigue añorando a El Salvador.
En el fondo, Roque Dalton definió bien nuestra personalidad colectiva. Pero no creo que Dalton hubiese pensado que nuestra personalidad nos hace mejores hombres y mujeres, es decir, mejores padres, madres, hermanos, hermanas, trabajadores, etc. Y es aquí dónde me gustaría recordar a mi profesora de inglés en Los Ángeles quien tenía gran fe en la capacidad de los salvadoreños. Yo era un niño, pero las palabras de la profesora Montaño fueron como pilares fuertes que iban a influenciar mi personalidad: Alguien, que no era salvadoreña, creía en nosotros. ¿Cómo íbamos nosotros a defraudarla? Me sentía obligado a salir adelante. Y eso me hizo mucho bien. Alguien creyó en mi capacidad de salir adelante.
Yo creo que los salvadoreños somos un pueblo especial. Somos capaces de reírnos de nuestros problemas. Inclusive, hacemos bromas a la muerte. Desgraciadamente, muchas veces no tomamos en serio nuestros problemas. Si queremos demostrarle al mundo que somos en verdad especiales, tenemos que empezar a actuar exigiendo resultados. Tenemos que exigirnos a nosotros mismos. Porque en el fondo, así como mi profesora de inglés tenía grandes expectativas sobre los salvadoreños, uno no puede dar la talla a las expectativas sin conseguir resultados.
 
© 2011 Manuel García

No hay comentarios: