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viernes, 27 de mayo de 2011

Una chabacanada de la diplomacia salvadoreña

 
Dagoberto Reyes, Director de la Casa de la Cultura de El Salvador en Los Ángeles, no tiene una plaza fantasma como asegura el Cónsul General de El Salvador, el Lic. Walter Durán. Si el señor Dagoberto Reyes llega a la Oficina del Consulado a recoger su paga mensual como Director de la Casa de la Cultura, ¿Cómo es que hasta ahora, después de dos años, el señor Cónsul sale diciendo que este es un puesto fantasma?  La narrativa es la misma. Si algo hay que reconocerle a los actuales jefes de la diplomacia salvadoreña es que cuando quieren deshacerse de un empleado que estorba, se inventan cualquier cosa con tal de conseguirlo.  
 
Dagoberto Reyes tiene los días contado como Director de la Casa de la Cultura en Los Ángeles, al menos que el Canciller de la República, Hugo Martínez, desista de una acción que habla bastante sobre la diplomacia actual de El Salvador. El señor Reyes es casi una institución en Los Ángeles. Tiene todos los defectos que tenemos los salvadoreños, pero, con los limitados recursos de la Casa de la Cultura, ha trabajado incansablemente para promover nuestra cultura ahí. El salario que Dagoberto Reyes recibe mensualmente del Gobierno de El Salvador (a través del Consulado General) es casi simbólico. Él subsiste con su trabajo como escultor. Si alguien habla con él, se dará cuenta que Dagoberto ha dedicado toda su vida a la cultura salvadoreña, y logró, a través de un decreto ejecutivo, que le concedieran una paga simbólica que le ha permitido hacer lo que a él más le gusta: promover nuestra cultura en Los Ángeles. Legalmente, Dagoberto Reyes es un funcionario salvadoreño, con todos los derechos y obligaciones que tienen los servidores públicos en nuestro país.
 
Pero como se ha dado cuenta bruscamente Dagoberto Reyes, uno de los derechos que no tienen los funcionarios salvadoreños es criticar a las autoridades políticas. Quizá no se había percatado que, al recibir un salario del Gobierno de El Salvador, estaba obligado a ser prudente antes de ponerse a criticar al Ministro, al Viceministro y al Cónsul en su programa de radio por Internet. Se le había olvidado que estos señores  no aceptan la crítica, especialmente no aceptan que alguien que come de la mano poderosa que tienen ellos, tenga el coraje de decirles las cosas tal como son.  Ser Ministro tiene sus privilegios, y uno de ellos es decidir el futuro de un hombre mayor, de 77 años, que tiene problemas cardiacos, que ha trabajado decentemente como Director de la Cultura de El Salvador en Los Ángeles.   
 
Si el dictador soviético Stalin enviaba aquellos que tenían el valor de criticarlo a Siberia, el Canciller Hugo Martínez ha decidido hacerle una propuesta a Dagoberto Reyes: ¡ahórquese! Martínez ha firmado el traslado inmediato de Dagoberto Reyes a Qatar. Para Dagoberto, esto implica abandonar su trabajo en la Casa de la Cultura (trabajo que el Lic. Walter Durán, Cónsul General de El Salvador en Los Ángeles, a tenido dos años para auditar), trasladar toda su familia a un país totalmente extraño, que tiene uno o dos salvadoreños viviendo permanentemente ahí (yo conozco uno).
 
No es que Qatar sea un mal destino. Qatar es menos de la mitad que El Salvador. Tiene 11,586 kilómetros cuadrados. Es prácticamente un islote en el Golfo Pérsico, fronterizo a Arabia Saudita, con menos de un millón de personas, la mitad viviendo en Doha, la capital. Qatar es el segundo país del mundo con el más alto nivel de ingresos por habitante ($145,000 anuales por persona en 2010). Más del 50% del PIB se compone del petróleo y gas natural. Con tanto dinero, Qatar es un centro financiero mundial.
 
¿Qué está pensando el Canciller Hugo Martínez cuando firma la orden de trasladar a Dagoberto Reyes, un luchador por divulgar la cultura folklórica salvadoreña, pero con nula experiencia en trabajar en el comercio exterior?  ¿Qué espera lograr? Al menos que Dagoberto Reyes vaya ocupar un puesto de espía clandestino, y se dedique a aprender árabe y soportar el calor del desierto que puede llegar a 50 grados Celsius, y sobrevivir con su familia, sin levantar sospechas, con el salario de un funcionario salvadoreño en un lugar dónde una taza de café cuesta $10.00, todo esto me parece una chapuzada política. Si el Canciller Martínez envía a una persona con nula experiencia comercial a uno de los destinos financieros más importantes del mundo, ¿cómo debemos esperar que Cancillería ayude a promover las inversiones en El Salvador?  ¿O piensa el Canciller que Doha es Los Ángeles?
 
Y antes que alguien me diga que yo estoy metiendo la mano en el fuego por Dagoberto Reyes, deténgase a pensar: ¿Tiene sentido enviar a un señor de 77 años de edad, que no tiene ninguna experiencia en comercio,  a convencer a los más ricos de los árabes para que pongan el dinero en El Salvador? ¿O el traslado de Dagoberto Reyes a Qatar obedece a una nueva estrategia genial de El Salvador para conseguir que los árabes bailen música folklórica salvadoreña?
 
Estas son las chapuzadas que se hacen cuando los jefes de la diplomacia salvadoreña, intoxicados con el poder, creen que tienen el derecho de silenciar a los críticos tocándoles dónde más les duele: sus trabajos. Es cierto que los funcionarios en Cancillería están obligados aceptar rotaciones en diferentes sedes diplomáticas, pero eso se hace en consulta con los afectados. No se le puede pedir a alguien que haga las maletas al otro lado del mundo sin saber exactamente cual es su puesto, y cuales son los recursos que se tienen para garantizar que tendrá un nivel de vida que corresponde a alguien que tiene que codearse con los más ricos del planeta. Tampoco se puede ser tan ingenuo de pensar que el señor Cónsul General de El Salvador en Los Ángeles no sabía exactamente que existe un acuerdo legal para pagar un salario al Director de la Casa de la Cultura en esa ciudad. Si ha tardado dos años en darse cuenta, ¿Cuánto tiempo necesitará para darse cuenta que no se puede ir por el mundo queriendo desterrar en el desierto aquellos que tienen el valor de decirnos la verdad en nuestra cara?
 
 
© 2011 Manuel García
 
 

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